Ecuador descendió un escalón más en su proceso de autodestrucción: la fuerza pública, integrada por la Policía y Fuerzas Armadas, se alinearon con un régimen fascista y con ello renuncian a su misión primigenia que la protección y defensa de los ecuatorianos.

Lo ocurrido en las últimas horas en Quito revela un triste escenario. La Policías y las Fuerzas Armadas ya no usan las armas para proteger a sus compatriotas. Todo lo contrario: las utilizan para reprimir protestas pacíficas.
Con motivo de un aniversario más del 12 de octubre de 1492, día en que se desató un genocidio contra los pueblos originarios de América, se convocó en Quito una marcha. Por supuesto en contexto del paro liderado por la Conaie con motivo de la eliminación del subsidio del diésel.
Esa marcha conmemorativa ocurre todos los años. Pero esta vez fue diferente porque en Carondelet se instaló un régimen fascista, que considera que los indígenas no son ecuatorianos. La negación del otro y, por ende, buscar su exterminio, es una de las piedras angulares del fascismo.
La concentración se iniciaba en Villaflora, al sur de Quito, para caminar hasta el centro, al icónico parque El Ejido. La policía volvió a actuar con un sadismo propio de las bandas criminales que tienen aterrorizados a medio país.
No los dejaron avanzar. Lanzaron gas a mansalva contra una marcha pacífica integrada por hombres, mujeres, niños y ancianos.
Desde el norte otra marcha pudo avanzar hasta El Ejido. Allí también fueron recibidos con gas. Hay imágenes de un policía rompiendo la cabeza a un hombre a punta de toletazos. En otro lado se ve a militares requisando a un periodista debidamente identificado.
Un técnico de Ecuavisa también denunció actitudes violentas de la Policía. Por si fuera poco, la fuerza pública sitió Quito, al cerrar los accesos sur y norte, complicando la vida de los turistas quiteños que buscaban regresar a casa.
El mensaje fue claro. La protesta contra el gobierno así sea pacífica, no está permitida. Oficialmente la libertad de expresión en Ecuador murió este 12 de octubre.
El ministro del Interior, John Reimberg, apareció en Teleamazonas disfrazado de policía para negar cualquier exceso de la fuerza pública. Hinchó el pecho para asegurar que la protección de Quito fue un éxito.
Pero ayer hubo manifestaciones en la ciudad sin que llegue gente de afuera. Es decir, los quiteños salieron a protestar contra el régimen. Eso significa que Reimberg defendió Quito de los quiteños, porque desde su concepción los Noboa son los dueños de la ciudad y del país.
Mientras la militares y policías ocupaban Quito, la sangre corría en la Costa, como sucede todos los fines de semana. No hay policías que defiendan Guayaquil, Playas o Buena Fe (Los Ríos). En estos tres cantones se registraron masacres, incluido en una quinceañera.
En estos casos no hay condenas al terrorismo, ni discursos rimbombantes. Porque finalmente las víctimas son ciudadanos anónimos. El “terrorismo” que se combate es aquel que amenaza Daniel Noboa y a los miembros de su gobierno.
Por la coincidencia de ambos hechos: represión a protestas ciudadanas pacíficas y el abandono de la mitad del país que está en la Costa revela la renuncia de la misión de la fuerza pública.
Los militares no ocupan Playas, Guayaquil o Buena Fe como lo hicieron en Quito. Y esa diferencia simplemente está marcada por algo tan sencillo como es la voluntad.
Los policías y militares simplemente no quieren proteger a los ecuatorianos asediados. Lo suyo es el maltrato a ecuatorianos indefensos que solo demandan el cumplimiento de sus derechos.
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