Las denuncias de fraude del presidente de Estados Unidos y los barreras para votar de las minorías destruyen los argumentos de la super potencia para «exportar» su modelo de democracia.

La noche del martes 3 de noviembre todo el mundo se fue a dormir creyendo que Donald Trump iba a ser reelecto presidente de Estados Unidos. Pero al amanecer la situación había dado un giro de 180 grados.
Ahora es Joe Biden quien tiene más opciones de convertirse en presidente de Estados Unidos. ¿Qué pasó? Trump dice que el cambio de tendencia evidencia fraude.
De hecho es lo mismo que denunció Carlos Mesa, el año pasado, cuando se evidenciaba un cambio de tendencia que daba a Evo Morales la victoria en primera vuelta, en las elecciones presidenciales de Bolivia de 2019.
Dos situaciones parecidas con destinos diferentes. Trump proclama fraude y nadie lo toma en serio; lo ven como la pataleta de un mal perdedor. Mesa hizo lo mismo y todos le creyeron, incluso la OEA que se prestó para el montaje.
Las elecciones estadounidenses deben servir para comprender de una vez por todas una importante lección para América Latina: las tendencias en los escrutinios son reversibles porque dependen del lugar de los que provienen los votos.
Trump iba ganando al principio porque se empezó a contar el voto emitido el mismo día de la elección y de zonas rurales donde este es fuerte. Pero a medida que entró el voto por correo y de áreas urbanas la votación de Biden se incrementó hasta revertir la tendencia.
Eso es perfectamente normal. No hay fraude ni en Estados Unidos, ni tampoco hubo en Bolivia. Pero por supuesto en el primer caso Luis Almagro, secretario ejecutivo de la OEA, permaneció en silencio y en el segundo denunció fraude.
Este 2020 deja importantes lecciones electorales. La primera, la que enseñó Bolivia, es que la OEA ya no sirve para nada.
Los vicios de la democracia de Estados Unidos
La segunda la que acaba de mostrar Estados Unidos es que su democracia tiene serios vicios. Después de todo Trump es el presidente de ese país y acaba de arruinar la credibilidad que tiene buena parte del electorado estadounidense en su sistema electoral.
Hay una serie documental de Netflix titulada El poder del voto en pocas palabras que demuestran los vicios de la democracia estadounidense. Por ejemplo los expresidiarios que han cumplido su condena, casi siempre negros, no pueden votar.
El presidente lo elige un colegio electoral, en un sistema que data de los años 1700. Por eso, en 2016 la mayoría de los estadounidenses votaron por Hillary Clinton, pero quien se convirtió en presidente fue Donald Trump. Entonces, ¿es una democracia un país cuyo mandatario no cuenta con la mayoría de los votos?
A eso se suma que por ese colegio electoral apenas una docena de estados son los que realmente eligen presidente. De esa manera el voto de un ciudadano de Ohio o Michigan es más importante que el de un californiano o neoyorquino. Y por eso es que los candidatos presidenciales elaboran su estrategia pensando en esos estados, dejando de lado los problemas del grueso de la población.
Los estadounidenses votan un martes, día laborable. Son las empresas las que deciden si dan permiso a sus empleados para votar. Son los estados los que deciden dónde están los centros de votación, casi siempre en zonas muy alejadas de barriadas pobres y negras, para evitar que voten.
Todo eso lo dice el documental de Netflix en tres capítulos de 15 minutos cada uno.
Si el voto no es universal, si hay trabas para ejercer el sufragio y si el presidente de ese mismo país acaba de denunciar fraude, ¿es Estados Unidos una democracia?
Lo que sí es cierto es que lo hecho por Trump acaba de destruir la solvencia moral de Estados Unidos para “exportar la democracia” al resto del mundo. Después de todo tienen muchos problemas casa a dentro. (O)
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